El CO2 es esencial para que se produzca la fotosíntesis en las plantas. El aporte de CO2 es muy importante para el correcto desarrollo del cultivo, además del agua y la luz.
Al aumentar la concentración de CO2 en el interior de un invernadero se incrementa la actividad fotosintética, lo que se traduce en un aumento de la precocidad, el rendimiento, la producción (del orden del 15-25%) y la calidad de la cosecha. Para que se produzca una buena asimilación del CO2, el factor más importante es la radiación solar, aunque también influyen la ventilación, la temperatura y humedad.
Para producir unos óptimos de calidad y cantidad, la planta requiere una concentración de CO2 de 700 a 1000 ppm.
Sin embargo, la concentración en el exterior está en torno a 350-380 ppm, y en el interior del invernadero puede llegar incluso a niveles inferiores de 100 ppm, si no se produce una buena ventilación.
Cuando la radiación solar aumenta y las demás condiciones son adecuadas, la actividad fotosintética se incrementa de tal forma que, si las ventanas del invernadero permanecen cerradas, la concentración de CO2 del aire del invernadero disminuye por debajo de la concentración de CO2 del exterior, llegando un momento en el que la actividad fotosintética desciende, e incluso se detiene por deficiencia de CO2.
Esto se traduce en una pérdida de producción y en un retraso de la cosecha. De ahí la importancia de aplicar CO2 en el momento preciso.
Teniendo en cuenta las variables climáticas interiores y exteriores, se puede corregir la dosificación de CO2 en función de la radiación, temperatura, humedad, velocidad del viento, etc… gracias a la monitorización del cultivo a través de sensores y equipos de control climático. O incluso se podría llegar a parar la aplicación de CO2 si las condiciones climáticas en el invernadero no permiten la apertura estomática de la planta.